Y al acercarnos para los dos besos reglamentarios se escuchó un ruido parecido a una cerilla acariciando un raspador, o un cuchillo resbalando por un afilador, o quizá una pistola amartillándose. Ruidos con significado, ruidos que dicen cosas, no necesariamente buenas. En esos dos segundos también se vieron y oyeron llamas. Como un bosque crepitando rabioso . Los dos lo oímos y procuramos no mezclarnos demasiado durante el resto de la noche, lo necesario del protocolo, lo necesario para darnos cuenta de que dejamos atrás, hace mucho ya, todo lo que pasamos. Y que todo está, cuando menos, perdonado. El silencio entre ambos dejó arder unos cuantos árboles lejanos, lo suficientemente lejanos.