Llego a casa después del
hospital, en el cuarto de baño sueno mi nariz con violencia, y lavo mi cara.
Caen gotas de sangre rompiendo el blanco del lavabo. En el espejo hay un tipo
que sangra por la nariz como un cualquiera en el baño de una discoteca. Me
dirijo al mueble con la firme determinación de emborracharme. Hay varias
opciones, vodka, ron, ginebra. También hay vino y cerveza en el frigorífico,
pero lo descarto. Tiene que ser algo fuerte, un licor dramático. Güisqui. Voy
al salón dejo el vaso sobre la mesa. Me siento y veo en el reflejo de la tele
apagada un intento de fuga, un intento carente de convicción. El proyecto de
mitigar cierto dolor que aún no ha llegado se va desvaneciendo. Miro el vaso,
lo huelo. No vomito. Miro al niño, me sonríe. Todo cambia.
Sí, una sonrisa así lo cambia todo
ResponderEliminarNo se necesita mucho más.
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