Uno, dos. Despejado. Mi arma es mi padre y es mi madre. Sin pensar sólo actúa, instinto. Las balas se convierten en agua porque soy el elegido, porque mi dios me protege. Lo que quiero lo cojo. Tengo derecho, tengo el permiso de mi papá y también de mi mamá. Mi nombre… mi nombre no lo recuerdo, pero todos me llaman asesino. Mi arma me da la razón; a la hora de discutir, ella siempre tiene la razón. Si quieres estar a mi nivel enseña tu Ak. Tengo unos doce, tal vez once, llevo matando unos tres. Y sigo vivo porque las balas se dirigen hacia otro lado cuando me ven llegar. Avanza, esa puerta, modo ráfaga. Ahí está, no pienses. Uno menos. Luchando por la libertad. Mata y después pregunta. No hay nadie importante; puede que mis soldados, pero si huyen o me cuestionan saben que están muertos. Esta guerra acabará, algún día acabará.
Que dolor de palabras y pensamientos los que pueden llegar a entrar en la cabeza de alguien cruelmente adoctrinado, ¿donde llegará este pobre niño? Creo que la respuesta es obvia, llegará cerca, perdido y muerto en menos tiempo del que nos creemos
ResponderEliminarQue duro es tú relato, pero que bien expresado
Un beso guapo y nos vemos
Una lástima que sea tan real...
ResponderEliminarBuen relato, un saludo!
Irene, Pilar.
ResponderEliminarGracias a las dos por vuestro tiempo.
Si os ha parecido duro os recomiendo que veais la peli en que me inspiré: Johnny Mad Dog.
Una pasada.