Él tenía 22, ella 17, y su madre 42. Él conoció a su madre hace dos años. Había una fiesta en un barrio pijo y él, “el lobo” fue a entregar unos cuantos gramos. Lo invitaron y se quedó. Después de desplegar todo su arsenal narcótico con la anfitriona terminaron enrollándose. Desde ese día se dedicó a hacer de camello y amante a la vez. No se le daban mal ninguna de las dos cosas. Alguna vez había coincidido con su hija por la escalera y le gustaba, aunque ya tenía cuidado de que no la relacionase con su madre.
Aquella tarde llovía y hacía frío. El la llamó para quedar. Le había dicho que trajese la mochila que olvidó en su casa. Ella esperaba y pasaba frío.El estaba en una habitación en la otra punta de la ciudad. En la mesita había un espejo y una cuchilla de afeitar. En la cama una mujer creyéndose joven.El tiempo pasaba de forma opuesta en ambos lugares. En la calle pasaba lento, detenido por el frío y la lluvia.En la habitación rápido alentado por la coca y el sexo anal.La chica esperaba y esperaba. No tenía ni idea de que su novio jamás acudiría a la cita. En cambio la policía secreta que la rodeaba estaba a punto de sentarse a la mesa.En un segundo fue detenida e introducida en un coche patrulla. Cargos: tráfico de estupefacientes. La mochila estaba llena de cocaína.El inspector jefe no había hecho acto de presencia. Tenía asuntos personales que atender, demasiado importantes para interrumpirlos por un camello de poca monta.
Al día siguiente el periódico venía repleto de información.El inspector jefe de policía había sorprendido a un ladrón en su casa el cual fue abatido por el agente. Este no pudo evitar que el criminal hiciese un disparo que alcanzó a su mujer la cual también resultó muerta.La otra noticia no llegó a la prensa porque en cuanto los agentes que arrestaron a la chica se dieron cuenta de que era la hija de su jefe, llamaron a su padre y todo quedó arreglado.Fueron felices y comieron perdices.