La niña que colgaba del balcón decidió quedarse allí un rato. Abajo, en la calle, la gente pasaba distraída seguramente dirigiéndose a algún sitio. La niña que colgaba del balcón estaba escondida, dejando pasar algún tiempo, tomándose un respiro. Allí nadie la veía, miles de personas pasando por la calle y ella en lo más hondo de los sueños y la voz de su madre llamándola por su nombre con aliento de anís. Pasaron 30 años y la niña seguía colgada, sin crecer. “No pasa nada, lo único es que no quiero que me vean”. 30 años escondida y la voz de mamá repitiendo su nombre y ella, “venga, un rato más”. Hasta que un día la niña se sintió observada y bajó la vista a la calle. Una mujer con el pelo corto y blanco la estaba mirando. La niña sintió vergüenza y apartó la vista disimulando. A los pocos segundos volvió a bajar sus ojos esperando que la mujer hubiese seguido el torrente de los demás, pero seguía allí aguantando los empujones y ahora le sonreía con los brazos extendidos. La niña, la niña que colgaba del balcón, volvió a apartar la vista y cerró muy fuerte los ojos para que aquella desconocida siguiera su camino, pero no fue así. En cambio ahora la desconocida ya no estaba sola, a su lado había un hombre mayor, su propio padre. La mujer de pelo corto y el señor se miraron como si se conocieran de toda la vida. Se sonrieron, una sonrisa dulce, y le tendieron las manos. En un último esfuerzo, la niña negó con la cabeza y notó que su cuerpo empezaba a pesar y que sus manos, que tanto habían aguantado, le dolían. Ya no se oía. La voz de su madre había cesado .Miró de nuevo y la vio junto a ellos, con la expresión más dulce que jamás hubiera visto, dijo su nombre y entonces ella también sonrió.
Una mujer camina por una calle atestada de prisa y personas. Se para, mira un viejo balcón, sonríe y sigue su camino. Feliz como una niña.