Tengo un pequeño paraíso donde los días caminan sedados por las paredes y donde mis abogados no permiten pasar al sol. Entre sombras y bolas de papel plata crece mi barba como la hierba en primavera, debo parecerme a Adán, supongo. Mi árbol de la ciencia hace semanas que se secó y Eva ya nunca llama. De las bestias sólo quedan cucarachas, moscas y mosquitos. Suficiente para mí. De vez en cuando busco el móvil de Dios para asustar a los demonios con sus benditos gramos. Sólo escucha cuando hay dinero, de nada sirven mis plegarias y creo que le importa muy poco si voy al cielo o al infierno. Mi paraíso es salvaje y todo brota en sus rincones, tiene vida propia, tiene todo mi amor. Y cuando inhalo los frutos que los ángeles me traen en motocicletas trucadas, tiene todos los colores y huele a tierra mojada en verano. Es maravilloso mi paraíso y es especial. Hay días no muy buenos, en los que no tengo querubines que vender entonces grito a mi padre que se apiade de mi alma. No suele ser muy clemente, simplemente hace una llamada y me manda a alguien vestido de negro con el que debo ser amable. Después de un rato se larga habiendo esparcido su albina y pegajosa fe sobre mi cuerpo. No hay problema, es el alquiler que debo pagar para que mi Edén sea tan mío como siempre.