--------------------------------------------------------------------------------

Una buena poesía. En centímetros

miércoles, 1 de junio de 2011

Septiembre

Apagué el cigarro en el cenicero. ¡Joder! Estaba totalmente lleno. Puse el intermitente y entré en una explanada. Me bajé del coche sin parar el motor y aproveché para echar una meada. Llevaba bastante tiempo al volante, por lo que el chorro se abrió paso con fiereza a través de mi uretra. Los focos iluminaban las gotitas rebotando en la tierra y acababan en mi pantalón como pepitas de oro ya convertidas en barro. Qué significaría aquello. Seguramente nada. Sabiéndome rico alcé la mirada y vi un castillo de luz levantándose ante mí.



“¿Por qué no?”


Había terminado la temporada de verano en el chiringuito, de eso hacía tres días, bastantes kilómetros, las fiestas de varios pueblos, y una buena timba (donde había quedado más o menos igual) . Según me acercaba al edificio la realidad se hacía patente.No era precisamente el Taj Mahal. Era de color rosa y verde y tenía esos fluorescentes pintados de colores que te indican que la calidad no es precisamente el sello de identidad del local.


“El águila negra” rezaba en la entrada. “En peores plazas hemos toreao” solté a un interlocutor inexistente. Llevaba un pedo bastante estable que, por supuesto, había tenido sus picos, como toda buena juerga, pero la conducción me había mantenido en forma.


Entré y me dirigí a la barra, el camarero estaba de espaldas. Lo llamé y al darse la vuelta vi que su cabeza era la de un insecto. Una ladilla, pensé; la de la casa, pensé. El tipo iba vestido con unos pantalones de pinzas negros y una camisa blanca (bienvenido al club). Lo único que lo diferenciaba de mí era una pajarita negra. Al verme emitió un sonido nada humano que extrañamente supe descifrar.


-Un whisky con hielo


-Bssssfffffssssssbbbbbffsss


-Doble V


-Bsssff


- Pues JB


Al hablar pude ver como de sus trompas caía una baba oscura que iba a parar a su camisa, y que rápidamente se secaba y desaparecía como si nunca hubiese estado ahí.


Me di la vuelta para echarle un ojo al material. Una chica estaba sentada sobre las rodillas de un señor calvo que jugaba a la tragaperras. El sonido de las ruletas y las luces resonaba en mi cabeza como miles de edificios derrumbándose; podía oír todos los engranajes internos amplificados, como si estuvieran lloviendo coches. Tuve una época de tragaperras recordé.


-Hola mi amol


Yo soy tu lobo-Vino a mi cabeza. 


-Hola, guapa


Realmente no era guapa. Era, más bien, voluptuosa. Y en mi terminología, voluptuosa significa que revienta las bragas y el sujetador. Era mulata, con trenzas en toda la cabeza y vestía unas mallas blancas y una especie de blusa que, lejos de disimular su abundante pecho, lo exhortaba a la clientela. Una auténtica expendedora de carne. La chica se sentó a mi lado.


-Invítame a algo, guapo


-No bebas, es muy malo


-Pero tú si bebes


-Yo ya no tengo solución


-Venga, no seas rácano


-Me has convencido


-Lo mío


Mientras pedía pude ver como algo se movía dentro de sus mallas, en la zona del pubis concretamente; donde debería estar el pelo, concretamente.


-En fin, cómo dices que te llamas.


-Antonio Villar Pardo, para servirle.


-Un caballero, de los que ya no quedan. Y no querrá este caballero que le hagan un trabajito fino.


-Cuánto.


-50 completo.


Sentada en el taburete se podían ver los pliegues de su barriga como si tuviera varias filas de mamas, como si fueran pequeños balcones redondeados.


-Vamos. Cóbrate.


-Bssff30.


Ella me cogió de la mano, y nos dirigimos a unas escaleras donde había unas cortinas de plástico transparente. Pasamos cerca de una chica rubia muy delgada, que hizo una pompa de chicle descarada y luego sacó una lengua bífida que llegó hasta mitad de su cuello. Después me sonrió. Mientras subíamos las escaleras pude ver el enorme culo de la chica y como hacía hoyitos celulíticos en cada escalón. Me gustó ese momento. Nos dirigimos a una habitación y me indicó que me desnudase.


-Trabaja un poco ¿no?- Le dije.


-Claro amol, durante un rato tú mandas.


Mientras me quitaba la ropa iba acariciando mi cuerpo, también sonreía y se contoneaba en una especie de baile bastante trillado. Era agradable. También era lo más cerca que había estado del amor últimamente. Cuando me dejó en pelotas, hizo un gesto de asombro (nada convincente) al ver mi pene. Guau! Dijo (de manera aún menos convincente). Agarró mi polla y me condujo a un pequeño baño donde se dedicó a lavar mis genitales con agua tibia. Creo que había hecho eso o algo parecido, alguna vez en su vida. Después nos dirigimos a la habitación y me tumbó en la cama de un empujón al tiempo que ella empezaba a desnudarse. Miré a mi izquierda y vi a un tipo muy delgado y muy blanco tumbado en la cama. El espejo era sin duda lo más elegante de toda de habitación (incluidos seres vivos), de todo el puto establecimiento, me atrevería a decir; y eso que parecía de Ikea. Allí tumbado me fijé en mis costillas, de repente empezaron a moverse y a despegarse de mi caja torácica, como si fueran las patas de una araña gigante o como dedos intentando zafarse del frío. Me hizo bastante gracia.


-Bien cariño, podemos empezar.


-Un momento.


Metí la mano en uno de los bolsillos de mi pantalón, saqué un billete de 20 y lo deposité en la mesilla en forma de cuña.


-Si te portas bien son tuyos.


-Veo que sabes tratar a una dama, espera un segundo.


Sacó de su ínfimo bolso un hatillo de plástico y volcó su contenido sobre el cristal de la mesita. La coca al caer hizo el mismo ruido que cuando abría los sacos de cemento en la obra con quince años. Se apañó dos grandes y las hizo desaparecer por su naricita de puta veterana.


-Pasemos a la acción caballero.


En mi cabeza comenzó a sonar una especie de música de verbena y rápidamente me empalmé.


Todo había acabado. La chica no se portó nada mal. El truco del billete nunca falla. El dinero es lo que tiene, hace que la gente se esfuerce. Estaba tumbada a mi lado con los ojos cerrados y yo miraba como en sus michelines se amamantaba una camada de cachorros. Normalmente me hubiese despachado nada más acabar, pero era miércoles y… en fin se podía permitir unos minutos de relax. Parpadeé y en su lugar apareció la hija del dueño del chiringuito. Tenía 19 años y había estado trabajando en el bar todo el verano. Era rubia y sus ojos totalmente puros. Mirarlos era como estar en el silencio del espacio exterior, como estar sumergido en un lago en mitad de la nada. Mirarlos era la paz, la tranquilidad de saber que todo está bien. Que en algún sitio, todo está bien.


-¿Sufres tanto como tu cuerpo dice?- Preguntó la niña.


-Ya sólo quedan vicios en él. Mi cuerpo no miente.


-A veces pienso en ti.


-Casémonos.


-Lo dicho, todo un caballero.- respondieron unos labios grandes y oscuros, unos labios perfilados de cuerpo arrendado. Pero no tienes aspecto de poder mantenerte ni siquiera a ti mismo. Eso si, vuelve cuando quieras. Quizá otro día me convenzas, amol.


Lloraría si supiera. Pensé. Después nos vestimos.

Safe Creative #1107120029344
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...