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Una buena poesía. En centímetros

martes, 29 de mayo de 2012

La gasolinera


No eran más que dos críos, pero ya eran unos putos pervertidos. Dos serpientes de cascabel que habían perdido sus infancias en sitios donde el diablo se pensaría dos veces poner un pie. Habían robado un coche la noche anterior y se estaban quedando sin gasolina. También necesitaban pasta. En las gasolineras hay gasolina y pasta. Esto es una gasolinera. El coche está hecho una ruina, una imagen que cuadra con la de un coche robado después de un día entero de conducción temeraria. La estampa que proyecta bajo los focos no es la del cliente ideal, los chicos que salen de él para nada son los clientes ideales, ropa deportiva, pelo corto, pendientes, tatuajes, etc...

La gasolinera está en una carretera nacional por donde antes pasaban muchos camiones, pero al finalizar la autovía quedó muy apartada. Estamos cerca de la hora de cerrar, y hace frío. No hay nadie, sólo el empleado y dos tíos que creen que no hay nada que perder. El paisaje es duro, los viñedos ya están sin pámpana y un fino aire hiela todo lo que toca, la noche huye de lo amable. Nada parece amable, excepto la cara del empleado. El típico idiota que no sabe lo que se le viene encima. Con su mediana edad, con su barriga y su alopecia ligeramente peinada, con su bigote y su sonrisa boba que deja asomar algo de saliva en la comisura de los labios, el tipo está a mil kilómetros de lo que se le viene encima. Los chicos están dentro, se han puesto las capuchas y esquivan las cámaras. Todo está estudiado, no hay riesgo, nadie pasa por aquí a estas horas, este tipo es un panoli. Pan comido, chaval, PAN COMIDO.

El Panoli está cerrando las rejas de la gasolinera, la jornada ha terminado. Mira sus uñas donde hay restos de sangre seca, sujeta el paquete que ha hecho con papel de periódico bajo su axila y se raspa los restos con la otra mano. Es un poco más tarde de la hora que pone en el cartelito de la puerta, pero siempre hay clientes de última hora a los que atender. La facilidad con que mueve la verja indica que bajo su aspecto obeso hay una buena masa muscular, parece contento. Mamá se alegrará mucho

Uno de los chicos malos despierta. Está aturdido, tiene frío, mucho frío. Pasan décimas de segundo antes de que comiencen a notarse ciertos dolores, aún amortiguados por el coctel de drogas que se mueve por su organismo, son como ese tren que se acerca por la vía mientras esperas, sabes que viene pero no llega nunca. No hay casi luz pero sabe que está cabeza abajo, tiene las manos atadas y los pies también, o eso supone porque no los siente. Ahora está llamando a su amigo que no contesta. Grita, pero solo hay eco. Ya le duele todo el cuerpo y tiene más miedo del que nunca ha sentido. Intenta recordar. Recuerda, ¡joder! Entramos en la tienda y nos dirigimos al dependiente, yo lo amenacé con la pistola y el tío empezó a suplicar que no le hiciéramos nada, nos dio toda la pasta y cuando estábamos saliendo, cuando estábamos saliendo, qué. No lo recuerdo. ¿Dónde cojones estoy? Mierda, tío, mierda…

Cámara de seguridad  exterior 22:52

Llega un coche abullonado, salen dos chicos. 18 y 20. Visten sudaderas con capucha que se ponen antes de entrar en la tienda.

Cámara de seguridad de la tienda 22:53

Uno de los chicos saca un arma, es una imitación bastante lograda de una beretta y amenaza al dependiente. Este pone las manos en la cabeza en gesto sumiso y le da el dinero. Los chicos lo agarran y se disponen a marcharse algo confiados. En ese momento el dependiente saca una pistola eléctrica de esas que lanzan arpones. Los chicos caen al suelo fulminados. Uno de ellos tiene convulsiones unos segundos, después se queda quieto. El dependiente se acerca y les toma las constantes vitales, parece maldecir cuando se da cuenta de que uno ha muerto.

Cámara de seguridad  exterior  23:07

El dependiente arranca el coche abullonado y desaparece con él hacia la parte trasera. Vuelve a entrar en imagen. Entra en la tienda y cierra.

Cámara de seguridad de la tienda 23:12

El dependiente agarra uno de los cuerpos por los hombros y desaparece. A los pocos minutos vuelve a aparecer y arrastra con facilidad el otro cuerpo. Mira a cámara y sonríe.

Mamá se pondrá contenta. Espera despierta hasta que llego por si acaso ha habido suerte. Siempre tenemos algo congelado, pero lo fresco es lo fresco. Me jode un poco que uno haya muerto,  con toda la porquería que se meten es normal, una descarga de mierda y ataque al corazón. Bueno, al menos uno está vivo, siempre es mejor que se vayan muriendo poco a poco como el marisco fresco. ¡Joder! me acuerdo de aquella tía que casi se me escapa, desde aquel día decidí que si les cortaba las manos me evitaría muchos problemas. Además con una cervecita están de muerte. Primero hay que cocerlas para que estén tiernas y después se fríen con el aceite bien caliente. Se me hace la boca agua sólo de pensarlo.

Sí, mamá estará orgullosa.
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