En el puerto descansan Cristos
amarrados mientras su sangre se mezcla con los arcoíris de gasoil, y los peces
salen a rezar y mueren, las gaviotas hacen el agosto y dan gracias a la fe, a
las fes y se cagan en los Cristos que flotan ausentes de su dolor esperando un
buen samaritano que los lleve hasta alta mar. Y las procesiones que murmullan
su cantar espeso, que suena a grosería, se derraman por las calles. Y las joyas
y los hilos y el arte no son más que una siesta de vino para uno que ve
disfraces donde otros ven misterio. Y
allí en el puerto los Cristos presos lloran sangre y nadie los ve. No hay milagro
si no hay quien mire. Anatomía de Chapa