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Una buena poesía. En centímetros

martes, 26 de abril de 2011

Suicidio programado

El hombre que quiere morir espera en la playa, se deja embaucar por el fondo del mar. No tiene prisa, sabe que el combate está amañado. No quiere seguir empalado en la vida, se sabe dichoso y lo hará a su manera. Sabrá rebosarse de vida hasta que su corazón reviente. Fuma cigarrillos como el que mete balas en un revolver, ya no tiene gracia revolcarse en el ESTAR, quiere quitarse este mal vicio por sobredosis; así quiere librarse de respirar, respirándolo todo, todo el humo y todo el alcohol y todos los coños jóvenes. Como buen vividor, viviendo se quita la vida. Está cansado de su enorme yo y su cerebro chapotea en el vomito de las noches interminables, noches sin sentido y sin felicidad, su agotarse es discoteca. Gastado, desbaratado, un monstruo de papel bajo la lluvia, una lluvia cara; nada convencional. El hombre que quiere morir prepara minuciosamente su ida. Arena de playa, cigarrillos, vodka y él.

El mar siempre estuvo ahí, desde el principio, y será el maestro de ceremonias de su fundido en negro. Se acerca a la orilla a lamerle los pies y lo mira con ojos salados.


“Te conozco” le escribe con el ruido de las olas.


“Llevo toda la vida observándote y por eso afirmo que eres el tipo más estúpido que he conocido”.


No es demasiado sutil, pero los viejos amigos no necesitan serlo y aunque muchos envidian el palmarés del estúpido, llega al final roto e infeliz. El mar lo sabe, el mar se lo dijo.

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