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Una buena poesía. En centímetros

martes, 27 de diciembre de 2011

En un mundo de hombres



Una pareja está flirteando dentro de un patio de palacio. Él viste uniforme, ella un vestido de fiesta y se les ve enamorados. No son exactamente jóvenes, pero lo parecen por sus juegos. Ríen, se tocan, se besan, ríen de nuevo. En cierto momento aparece junto a ellos otro tipo con uniforme, nadie sabe cuanto tiempo lleva observándolos. El uniforme de éste y sus medallas denotan un rango superior o muy superior. Parece ebrio y divertido. El hombre saluda algo avergonzado y la mujer también hace lo propio. El uniforme superior le quita hierro al asunto, invita a relajarse, a acercar posturas y rangos. Poco a poco todos vuelven a reír como amigos. Se están divirtiendo. Pasan unos buenos minutos juntos en los que el hombre de uniforme inferior y su bella mujer se sienten afortunados por compartir éste tiempo y fantasean con el momento en que contarán a todos sus conocidos el encuentro. Llega un momento en el que se paran las risas, sólo queda la voz del uniforme superior ( un poco desvencijado por el alcohol) esa voz está proponiendo ciertas cosas, a la vez, que deja claro que no es una proposición sino que está ejerciendo el poder que le dan las medallas que cuelgan de su cuerpo. La mujer balbucea, el uniforme inferior baja la cabeza. La voz de las medallas se hace atronadora y ella da un respingo mientras él, el inferior se cuadra ante su superior. Otra voz y ella comienza a subirse el vestido mientras el superior se masajea la polla dentro del pantalón planchado a raya. Cuando todo está a punto la penetra. Ella está algo húmeda por los juegos anteriores con su marido y no es del todo desagradable. El inferior tiene la mirada fija en un punto de la pared, donde enfoca toda su determinación, donde acaba de construir un universo paralelo, igual que hace el avestruz para intentar olvidarse del mundo. Ella, sin embargo, lo mira con un coctel de sentimientos que hace que su cara oscile en pequeñas mutaciones donde sus rasgos apenas cambian pero que van desde el asco a la vergüenza, pasando por el odio y el remordimiento por ciertas partículas de placer de las que intenta huir. Una vez terminado, el superior se siente bastante bien. Le apetece beber algo y vuelve a mostrarse divertido y jovial. Se aleja en busca de una copa de una manera exenta de ningún tipo de culpa, parece acostumbrado a destrozar vidas y lleva con bastante buena cara esa dura labor. La pareja no se mueve en unos minutos, luego él cae de rodillas y llora, ella empieza a reír de una manera no muy convincente.





La escena se repite, ahora en la casa del inferior. El superior de vez en cuando hace una visita al matrimonio, le gusta revivir la escena y siempre obliga a mirar al marido, siempre suele ser así. Algunas veces lo invita a participar (siempre después de él) se queda mirando como el ser de uniforme inferior que en casa no suele llevar, se folla a su queridísima esposa. A él no le parece del todo mal, ya que desde el primer encuentro, no regentan los votos del matrimonio en sus tareas de cama. Ella por su parte ha conseguido mitigar algunos de los sentimientos que aparecieron la primera vez, en concreto los remordimientos. El acto en sí no le llega a proporcionar, digamos, un placer intenso pero intenta que no sea desagradable y se lubrica cuando ve aparecer todas esas medallas.


El matrimonio tiene un hijo de 13 años. Normalmente no está cuando hay visita, pero en alguna ocasión, ha permanecido en casa mientras todo ocurría. En alguna ocasión, el chico ha visto como un hombre que no era su padre se follaba a su madre. En alguna ocasión, el chico ha visto que el hombre cargado de medallas y que se follaba a su madre lo descubría. En alguna ocasión, el chico ha visto que el hombre le sonreía y le guiñaba un ojo.


Hoy es un día importante para el gran militar y su uniforme parece más castrense y marcial que nunca. Antes de los actos decide pasarse por la casa de su subordinado para relajarse un poco. Todo ocurre como casi siempre, pero esta vez hay un chico.
El chico lleva un arma en las manos.
El hombre de las medallas tiene los pantalones en los tobillos y su polla gotea ligeramente. El arma está apuntando a esa zona. Por primera vez en mucho tiempo siente que no está protegido, tiene miedo y se siente, digámoslo así, humano, vulnerable. Sabe que no están del todo bien las cosas que ha hecho pero también sabe que su posición le permite esos pequeños deslices. No es posible acabar así, qué dirá la gente, qué dirán su mujer y sus hijos.


El padre del chico lo mira suplicando, no abre la boca pero sus ojos están pidiendo a voces que su hijo le dedique una bala. Es la única manera de salir bien parado e inconscientemente se va acercando, con pasitos cortos, a la trayectoria del cañón.


La madre yace en el suelo con dos disparos en el pecho, mientras su hijo; un hijo educado en la sumisión, en las jerarquías y en un mundo de hombres sujeta un arma humeante. En el tambor del revolver faltan dos balas y si se mira de frente parece una especie de guiño, una especie de broma.

”Puta” se escapa de sus labios, de unos labios de ser torcido, lacrado por la educación equivocada, por la educación del culpable, y el culpable sólo puede ser la mujer, la madre que se deja violar, y la vergüenza, la puta vergüenza, la puta vergüenza.


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