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Una buena poesía. En centímetros

miércoles, 23 de mayo de 2012

La verbena


Era una noche de agosto, una más. Fiestas en no sé qué pueblo, ya llevábamos unas cuantas. Cercano, pequeño. Una más.

Llegamos a la verbena, Oh, santas verbenas de pueblo. Nos acercamos a la barra (móvil) para hacer efectivas nuestras consumiciones en las que se podía leer: cubata. Tú qué, yo un cutti shark limón. Yo un stolichnaya con naranja. Yo quiero un larioscola. “Ja,ja un larios cola eso ya no se lleva”. El camarero observaba impertérrito nuestros tejemanejes. “Bien, ya está… bla,bla,bla”. El hijoputa  me dejó acabar y después dijo la palabra: color. “¿Cómo?”” Que me los digas por color”- me soltó  señalando unos cuévanos que había en el suelo dentro de la barra. Uno marrón (cola), otro naranja y otro amarillo. “Ah, bueno”. El que había pedido Larioscola rió.

“En fin hagámonos a la idea de que estamos en una fiesta de graduación yanky y esto es el puto ponche, yanky”.- Pensé mientras veía como el camarero introducía nuestros vasos de plástico dentro del líquido y con ellos sus dedos y con sus dedos, sus lutosas uñas. La verdad es que  me parecieron más limpias cuando las sacó de los recipientes plásticos. “Cubatas genéricos”. Bebimos. Aceptables. “No es lo peor que he bebido… este verano”. Nos dimos la vuelta y oteamos la pista. Nadie bailaba, o demasiado temprano o demasiado tarde. La orquesta viendo que su triunfo era relativo (en los márgenes de la pista había viejas meneando el esqueleto con niñas) decidieron atacar el temazo del verano. A la llamada acudió “el Nino”. Posiblemente el mejor danzante de nuestra localidad. De estilo peculiar y propio, pero promiscuo de movimientos. Recogiendo el guante arrojado a la provocación local acudió el homólogo municipal. Fibroso, moreno con corte de calcetín, camiseta de tirantes, tatuaje en el hombro y una voluntad de hierro. La batalla dio comienzo. Terribles mandobles  arrítmicos, poderosos giros, saltitos milimétricos. El Nino se sentía superior y arropado por nuestros jaleos. La contienda se empezaba a decantar hacia lado forastero, pero en un arranque de gallardía el autóctono desplegó su truco final. Cuando ya todos daban por ganador a nuestro púgil, el tipo comenzó a moverse a ritmo de  cavaor. Ligeramente encorvado levantaba su azada imaginaria hasta el mismísimo y la dejaba caer con contundencia mientras avanzaba como un cangrejo. El moonwalker pero bien hecho. El público enloqueció. Algunos podrían pensar que se trató de una estratagema populosa pero lo cierto es que fue ejecutada con gran maestría. El lugareño se nos metió en bolsillo y no pudimos más que aplaudir la genialidad y admitir la gracilidad del bailarín. El pobre Nino, sabiéndose superado, se escabulló sin hacer ruido y en un último vistazo a su rostro, descubrí  la tristeza del perdedor pero también una pincelada de tesón, algo así como: “El año que viene, chaval, el año que viene…”   
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