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Una buena poesía. En centímetros

martes, 27 de abril de 2010

¿Dónde está tu corona?

Los días de pasarela y luces vuelven corriendo a tu lado, para acurrucarse al calor de tu memoria. El orgullo permanece y la cabeza sigue erguida sin mirar a nadie, pero notando como todos te miran, te admiran.
Dime quien fue, dime quien rompió tu corona, fue uno o fuimos todos. Ya no te reconoces esperando a que el camarero del bar termine su turno para vengar al que ignoró tu estirpe de princesa. Ya los bufones se cansaron de bailar sin recibir una risa de consolación, unas migajas de tu grandiosidad un solo gesto de rencor. Nada, hielo. Se marcharon por la puerta de atrás mientras arrojaban su gorro de cascabeles al suelo y tú no moviste un músculo al verlos salir. Pero algo se rompió por dentro, el crujir de una rama en el paraíso, un guijarro rodando por un acantilado, un guijarro al que siguieron los demás. Y tu no moviste ni un músculo, tu corona rodando detrás y tu ego intacto.
Las noches de soledad tu orgullo es una mancha de café en un cojín, las noches de soledad tu orgullo es una arruga más en el espejo, las noches de soledad tu orgullo es una cana que cae al suelo, las noches de soledad tu orgullo es frio como tu castillo.
Ahora todos sabemos la verdad, tratas de ocultarla, pero la verdad es como la sombra, siempre te perseguirá. Volvemos a observarte pero ya no es lo mismo, tu corona nos hacía plebeyos y aguantamos los latigazos de tu indiferencia esperando recoger algo de lo que nos diste cuando te convertiste un nuestra dueña. No lo hiciste y uno a uno nos fuimos difuminando y nos dedicamos a reír y a bailar en otros reinos, a otras reinas.
Hoy tu corona ya no está donde estaba y la echas de menos, la quieres pero no supiste elegir pareja de baile; algún príncipe listo se largó con ella bajo el brazo. Hoy mendigas en las barras como la reina que fuiste pero los príncipes siguieron su camino con otras más jóvenes, hoy los bufones te miran y lloran. ¿Donde está nuestra reina?, ¿donde su corona?, las marionetas siguen colgando y moviéndose, pero son otros los dedos que las hacen danzar y derrumbarse y volver a danzar.
Noche tras noche vuelves a tu trono helado y viertes las lágrimas que otros vertieron por ti. Ahora tienes lo que no quieres y quieres tener lo que tuviste, pero lo que se tuvo; hoy no es nada, solo importa lo que se tiene en el ahora.
No todo sale bien, no siempre todo sale bien.

En las noches de baile la orquesta sólo tocaba para ti y tú bailabas para todos. Tú con tu maquillaje perfecto, intacto bailabas y bailabas mientras nadie se atrevía a atravesar la muralla de vanidad que te rodeaba. Todos mirábamos a nuestra reina, la reina del baile, la más bella. Ahora ni siquiera bailas porque no encuentras tu público, ya nadie te imagina entre sus brazos, nadie delira en oníricas elucubraciones con tu piel.
Tratas de recordar el momento exacto en que todo se empezó a desmoronar, y no lo encontrarás jamás porque ese momento está oculto bajo las capas y capas de seda que fueron halagos y adulaciones. Te supiste reina y hablaste de ser libre de tomar tus propias decisiones pero jamás pasó por tu cabeza, ni siquiera remotamente, que el ser dueño de tus decisiones también implica serlo de las consecuencias de estas. Nadie se atrevió a contradecir a una reina, todos temimos su desprecio, desprecio que siempre estuvo ahí, desprecio del que tiene poder sobre algo, desprecio que no deja de ser debilidad, miedo, inseguridad, desprecio que tarde o temprano se torna en soledad.
Recuerdas una y otra vez Sunset Boulevard y no quieres verte en ella, escuchas me gusta como hueles y no te reconoces. Pero no son tus sentidos los que te hicieron grande, sino los nuestros. Fueron nuestros ojos los que se deslumbraron con tu luz, fueron nuestros oídos los que sangraron con tus palabras, las llagas de las caricias que jamás nos diste no florecieron en tu piel sino en la nuestra, fue nuestro olfato el que se quemó con el olor de tu sudor, sudor que jamás saboreamos y besos que, por las noches, nos soñamos.

Hoy bajas la escalinata y donde antes hubo pétalos de rosa solo queda polvo. Tanto quieres luchar contra el tiempo que te tragas el orgullo y buscas al bufón más ignorante para que vuelva a hacerte reír, para que te vuelva a hacer reina. Y él volverá, y te hará las viejas cabriolas, cabriolas a las que te aferrarás como a un tablón en alta mar y que lanzarás al camarero para hacerle ver que aún queda sangre azul en tus venas y que un día volverás a ser su dueña también. El encenderá un cigarro y seguirá hablando con la joven. Así será. ¿Y después que?
Después sólo arrepentimiento y locura.

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