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Una buena poesía. En centímetros

lunes, 26 de abril de 2010

La pisa bien

Bailar, fusión entre cuerpo y alma al compás de ritmos. Algo bello, ¿no?
Figuras que se deslizan entre notas con armoniosos movimientos. Bailar, algo bello, ¿no?
Pues bien; en este mundo abocado al averno por la dualidad del hombre, todo lo bello tiene su contrapunto, su alter ego, su lado oscuro, su esperpento.
Todos conocemos a alguien así, si no directamente, los hemos visto en bodas, en verbenas y repartidos por las pistas de baile de todo el planeta.
Si señores, me estoy refiriendo a los “terroristas de la danza”. Personas con la misma capacidad motriz que el palo de la fregona. Aquellos seres que tienen la coordinación oculta en algún universo paralelo. Todos conocemos a alguien así, pero yo conozco a la reina.
Fue hace, más o menos, un año. Coincidimos en una noche de fiesta, noche difícil de olvidar, ya que cuando el alcohol empezó a fusilar la vergüenza de la susodicha, hizo despertar la nuestra. Al principio pensé que la pobre se había atragantado y que estaba teniendo convulsiones. Cuando me acerque para ver que le ocurría recibí un cabezazo y un pisotón que me mantuvieron a raya, con el consiguiente; “disculpa, no he podido evitarlo” (y era cierto, era capaz de controlar sus movimientos tanto como una vaca loca). Cuando fui consciente de que esa especie de escalofríos seguían un patrón, sentí, en primer lugar la vergüenza antes mencionada y después un terrible miedo por mi integridad física, por lo que gané una distancia prudencial. Me limité a observar con detenimiento los espasmos que dejaban cada vez mas solitaria en su danza a la que atendí en llamar “la pisa bien” en honor al maestro Valle Inclán y a su esperpento. Nuestra heroína le estaba haciendo todo un homenaje, aunque sus movimientos más que esperpénticos eran epilépticos.
Ese baile de desfibrilador hizo que una de sus amigas cometiera el mismo error que yo y se acercara para ver si tenía algún problema estomacal o neuronal.
Tras un croché a la mandíbula y un puntapié en la espinilla consiguió llevársela a la barra para descanso de la gente de alrededor.
Al cabo de un rato “la pisa bien” tuvo que ir al servicio, momento que aproveché para interesarme por el estado de salud de la chica (la pobre se dolía aún del puñetazo). Esta me informó que encima se creía que era una jodida virtuosa de los podium: “Que dices tía pero si bailo de puta madre”- le dijo rompe pistas. En ese instante regresó del servicio nuestra protagonista y lo primero que hizo fue preguntarme: “¿A que si Chema?, díselo tú, ¿a que yo podría ir a Fama?”. Sin poder creer lo que estaba escuchando solo pude responder: Fama no, fuma, bebe o mejor bebe mucho pero por favor no bailes.
La chica no se lo tomó demasiado bien porque esta última agresión no tuvo nada de fortuito. Si hay algo que pude sacar de beneficioso aquella noche fue que: suficientes hostias nos da la vida (quien dice la vida, dice “la temblores”) para que nuestra sinceridad nos regale alguna más, que en boca cerrada no entran moscas y que antes de responder a una pregunta estúpida de manera sincera hay que contar hasta diez.

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